A MODO DE INTRODUCCIÓN
Hoy le damos entrada a una de los más interesantes títulos narrativos de los últimos años: “Desgracia” (premio Booker 1999), del escritor sudafricano J.M. Coetzee (Premio Nobel de Literatura 2003)
Nos enfrentamos a una novela relativamente breve en su extensión, pero dura, ambigua y compleja en su trasfondo. Con el telón de fondo de una Sudáfrica post-Apartheid, seguimos los pasos de un profesor de Universidad cuya vida cambiará de forma radical tras determinados hechos violentos ocurridos en su entorno más personal. Un profesor inmerso en un submundo moral y social, de desidia y sueños arruinados, y donde temas como los abusos de poder, el dolor por el paso del tiempo, las convulsiones internas de un país en drástico proceso de cambio (Sudáfrica), el Deseo como motor de la existencia, el machismo, las relaciones padre-hijo, las conductas racistas, etc., encuentran plasmación perfecta en una prosa como la de Coetzee, fría en apariencia, pero poética y desgarrada a poco que nos adentremos en las aguas turbulentas de lo narrado.
SINOPSIS
A los cincuenta y dos años, David Lurie tiene poco de lo que enorgullecerse. Con dos divorcios a sus espaldas, apaciguar el deseo es su única aspiración; sus clases en la universidad son un mero trámite para él y para los estudiantes. Cuando se destapa su relación con una alumna, David, en un acto de soberbia, preferirá renunciar a su puesto antes que disculparse en público. Rechazado por todos, abandona Ciudad del Cabo y va a visitar la granja de su hija Lucy. Allí, en una sociedad donde los códigos de comportamiento, sean de blancos o de negros, han cambiado; donde el idioma es una herramienta viciada que no sirve a este mundo naciente, David verá hacerse añicos todas sus creencias en una tarde de violencia implacable.
(DEBOLSILLO. Traducción: Miguel Martínez-Lage)
CAPÍTULO 1
Para ser un hombre de su edad, cincuenta y dos años y divorciado, a su juicio ha resuelto bastante bien el problema del sexo. Los jueves por la tarde coge el coche y va hasta Green Point. A las dos en punto toca el timbre de la puerta de Windsor Mansions, da su nombre y entra. En la puerta del número 113 le está esperando Soraya.
De su trabajo le cuenta poca cosa: prefiere no aburrirla. Se gana la vida en la Universidad Técnica de Ciudad del Cabo, antes Colegio Universitario de Ciudad del Cabo.
Universidad Técnica (Ciudad del Cabo)
Un sábado por la mañana todo cambia. Está en el centro de la ciudad para resolver unas gestiones; va caminando por Saint George's Street cuando se fija de pronto en una esbelta figura que camina por delante de él, en medio del gentío. Es Soraya.
Saint George's street (Ciudad del Cabo)
CAPÍTULO 2
En la cocina él abre una botella de Meerlust y sirve una fuente de galletas saladas y queso. Al volver la encuentra de pie ante las estanterías, con la cabeza ladeada, leyendo los títulos de los lomos. Él pone música: el quinteto para clarinete de Mozart.
Quinteto para clarinete (Mozart, Primer movimiento)
–Espera, no te vayas aún. –La toma de una mano y la lleva hasta el sofá–. Quiero enseñarte una cosa. ¿Te gusta la danza? No bailar; la danza. –Introduce una cinta en el vídeo–. Es una película de un tipo llamado Norman McLaren. Es bastante vieja. La encontré en la biblioteca. A ver qué te parece.
Sentados uno junto al otro en el sofá, ven la cinta. Dos bailarines en un escenario despojado de toda decoración van ejecutando los pasos. Filmadas con una cámara estroboscópica, las imágenes son una fantasmagoría de sus movimientos reales, y se extienden tras ellos como un abanico que aletease sin cesar. Es una película que él vio hace ya un cuarto de siglo, pero que sigue cautivándolo: el instante del presente y el pasado de ese instante, evanescente, son captados en un mismo espacio.
Pas de deux (Norman MacLaren)
Él pone más música: sonatas de Scarlatti, música para amansar a las fieras.
Sonata L23 (Scarlatti)
CAPÍTULO 3
La lleva a Hout Bay, al puerto. Durante el trayecto trata de que se sienta cómoda.
Cuando vuelve en sí ha dejado de llover. La muchacha yace bajo él con los ojos cerrados, las manos distendidas y alzadas por encima de la cabeza, el rostro levísimamente fruncido. Él tiene sus manos bajo el áspero jersey de ella, sobre sus senos. Sus mallas y sus braguitas están hechas un lío en el suelo; él tiene los pantalones a la altura de los tobillos. Después de la tormenta, piensa: como sacado de George Grosz.
Pintura de George Grosz
El miércoles sí va a su clase, y se sienta donde acostumbra. Todavía siguen con Wordsworth, con el Libro VI de El preludio: el poeta en los Alpes.
–“Desde una loma –lee él en voz alta–, también por vez primera contemplamos sin estorbos la cima del Mont Blanc, y nos llenó de pena la impresión de esa imagen sin alma en la retina que había desahuciado un pensamiento viviente que ya no podría existir”.
Veamos. La majestuosa montaña blanca, el Mont Blanc, resulta una gran decepción. ¿Por qué? Empecemos por lo insólito del verbo que se aplica a esa situación, desahuciar. ¿Alguien lo ha buscado en el diccionario?
Wordsworth escribe acerca de los Alpes –dice–. En este país no tenemos nada que se parezca a los Alpes, pero tenemos la cordillera de Drakensberg o, a una escala más reducida, Mountain Tablé, cumbres a las que ascendemos tras la estela de los poetas, con la esperanza de gozar de uno de esos momentos de revelación, tan wordsworthianos, de los que todos hemos oído hablar alguna vez.
CAPÍTULO 4
¡Adiós, profesor Chips! Pero no te creas que hemos terminado. Tú espera y verás.
Cartel de la película a la que alude la frase.
CAPÍTULO 7
Una vez que toma la resolución de marcharse hay muy poca cosa que lo retenga. Vacía la nevera, cierra la casa y a mediodía se encuentra ya en plena autopista. Hace un alto en Oudtshoorn; en realidad ha salido con el alba, y a media mañana está cerca de su destino, la ciudad de Salem, en la carretera de Grahamstown a Kenton, en la provincia del Cabo Oriental.
CAPÍTULO 11
Lucy y él intercambian una mirada. Erasmuskraal, dentro de los límites de la concesión de explotación forestal, es una aldea que carece de electricidad, de teléfono. La historia parece verosímil.
CAPÍTULO 14
Visita las tiendas de Salem las mínimas veces que puede, a Grahamstown baja solamente los sábados. De buenas a primeras se ha convertido en un recluso, un recluso en el campo. Se acabaron sus andanzas.
La biblioteca pública de Grahamstown apenas puede ofrecerle más que una antología de los poemas. De todos modos, ¿es necesario que continúe leyendo?
CAPÍTULO 18
En un estado de regocijo casi desconocido para él, viaja con Lucy a Port Elizabeth y luego a New Brighton, en donde siguen las indicaciones de Van Deventer Street hasta llegar a una comisaría de policía que es un edificio de una sola planta, como un fortín, rodeado por una valla de dos metros de altura coronada de alambre de espino.
En un libro de láminas de arte que había en la biblioteca municipal encontró un cuadro titulado La violación de las sabinas, ¿o era El rapto de las sabinas?: hombres a caballo, con las corazas de los romanos, y mujeres apenas cubiertas por velos de gasa, mujeres que alzaban los brazos al cielo como si gritasen a voz en cuello. ¿Qué tendrían que ver todas aquellas poses adoptadas con lo que él suponía que era la violación, el acto que realiza el hombre al tenderse encima de la mujer y entrar en ella a empellones?
"El rapto de las Sabinas" (David)
CAPÍTULO 20
Vuelve a entrar en Ciudad del Cabo por la N2. Ha estado fuera algo menos de tres meses, aunque en ese lapso los asentamientos de los chabolistas han tenido tiempo suficiente para saltar al otro lado de la autopista y extenderse hacia el este del aeropuerto. El flujo de los vehículos debe ralentizarse mientras un niño con un palo pastorea a una vaca extraviada para alejarla de la calzada. Es inexorable, piensa: el campo va llegando a las puertas de la ciudad. Pronto habrá ganado paciendo otra vez por el parque de Rondebosch; pronto la historia habrá trazado un círculo completo.
Tal como estaba concebida en principio, la ópera gravitaba en torno a lord Byron y a su amante, la contessa Guiccioli.
CAPÍTULO 21
Sin aviso previo, algo le devuelve un recuerdo de hace muchos años: una persona a la que recogió en la N1 a las afueras de Trompsburg, una mujer de veintitantos años que viajaba sola y que él llevó a la ciudad, una turista alemana, quemada por el sol y rebozada de polvo. Llegaron hasta River Touws, tomaron una habitación en un hotel; él le dio de comer y se acostó con ella. Recuerda sus piernas largas y nervudas, la suavidad de su cabello, aquella ligereza de plumas entre sus dedos.