jueves, 24 de marzo de 2011

DOMINGO VILLAR: "Ojos de agua"


 
A MODO DE INTRODUCCIÓN
En nuestra anterior entrada, hacíamos un recorrido por la costa de Vigo de la mano del escritor gallego Domingo Villar a partir de su segunda novela publicada ("La isla de los náufragos")
Hoy seguimos paseando por la zona gracias al primer título de la serie narrativa protagonizada por el comisario Leo Caldas.
La edición seguida es: DEBOLSILLO, 5ª edición, octubre de 2010.


BREVE SINOPSIS
Entre el aroma del mar y de los pinos gallegos, en una torre residencial junto a la playa, un joven saxofonista de ojos claros, Luis Reigosa, ha aparecido asesinado con una crueldad que apunta a un crimen pasional. Sin embargo, el músico muerto no mantiene una relación estable y la casa, limpia de huellas, no muestra más que partituras ordenadas en los estantes y saxofones colgados en las paredes. Leo Caldas, un solitario y melancólico inspector de policía que compagina su trabajo en comisaría con un consultorio radiofónico, se hará cargo de una investigación que le llevará de la bruma del anochecer al humo de las tabernas y los clubes de jazz. A su lado está el ayudante Rafael Estévez, un aragonés demasiado impetuoso para una Galicia irónica y ambigua, e incluso demasiado impetuoso para el propio Leo, que busca entre sorbos de vino los fantasmas ocultos en los demás mientras intenta sobrevivir a los suyos. Gracias a la labor de este singular tándem Caldas-Estévez la verdad termina por aflorar, llevándonos a desentrañar el secreto que esconden los Ojos de agua.




Pág. 11
Escucharon el bramido del viento cuando bajaron abrazados a la habitación. Desde el salón, Billie Holiday les regalaba The man I love.


Pág. 20
A la izquierda, en la parte opuesta al mar, bordearon el antiguo puerto del Berbés, donde se había iniciado la actividad marinera de la ciudad a finales del siglo XIX. Sus arcadas graníticas, bajo las cuales se descargaba la pesca en otros tiempos, habían sido alejadas de la orilla por las continuas ampliaciones portuarias.
Puerto de Berbés (arcadas)

Pág. 21
Tras varias jornadas de lluvia, la tarde benévola había llenado de gente la playa de Samil, y por su paseo de piedra volvían a cruzarse perros, chándales y bicicletas.
Playa de Samil

Pág. 22
Toralla era una isla pequeña. Unas pocas mansiones, playas y naturaleza en menos de veinte hectáreas frente a la zona residencial más exclusiva de la ría. Sin embargo, lo más peculiar de aquel pequeño paraíso era que, durante los años de esplendor del feísmo urbanístico, se había construido en ella una torre de veinte  plantas rompiendo la originaria armonía que la isla había conservado hasta entonces. Caldas siempre había pensado que, de haberla edificado cinco siglos antes, la visión de aquella mole habría bastado para espantar a Francis Drake y devolverlo con sus filibusteros a Inglaterra.
Isla de Toralla


Isla de Toralla


Isla de Toralla (torre de apartamentos, lugar importante en la novela)

Pág. 31
La habitación de Reigosa era grande, limpia, llena de luz rojiza como el resto de la casa. Sobre el cabecero, en la pared, colgaba una lámina enmarcada, una reproducción del cuadro de Hopper Habitación de hotel. Caldas recordaba la pintura original. La había visto con Alba en el Museo Thyssen de Madrid. Le había deslumbrado la soledad de la mujer sentada en la cama, su belleza serena y su gesto triste. Ante la lámina, Caldas recuperó la sensación de que el pintor había profanado su intimidad al sorprenderla vestida con aquel camisón rosa y la maleta a medio deshacer.
Habitación de hotel (HOPPER)

Págs. 35 y 36
En el estante inferior se habían dispuesto multitud de partituras. Leo Caldas escogió una al azar, que resultó ser Stellaby Starlight para saxo tenor, de Victor Young. Conocía aquella pieza, la tenía en casa en una versión de Stan Getz.




Pág. 37
Al agacharse, pulsó involuntariamente el interruptor de la cadena. Una voz cálida de mujer sonó desde todos los rincones del salón: “Day in, day out./ That same old voodoo follows me about.” (...)
-¿Qué es? – gruñó Estévez.
- Billie Holiday – dijo el inspector yendo hasta el equipo de música y subiendo el volumen.


Pág. 39
La puerta cerrada y las dos ventanas eran de madera y estaban pintadas de verde. Con caligrafía infantil, unas letras de forja de hierro clavadas en la piedra formaban una palabra: “Eligio”
Casa Eligio (ver más referencias en "La playa de los ahogados")

Págs. 80 y 81
Pese a no haber vuelto desde niño, Leo Caldas recordaba nítidamente los árboles plantados en la orilla de la playa de Lapamán. Recordaba la arena ligera, más blanca de lo habitual, y las dornas varadas en la playa. (…)
(…) – Menuda playa, inspector. Y vasi para nosotros solos. Esto es el paraíso – dijo Estévez, mirando en torno-. ¿Siempre está así?
-Bueno… En verano hay más gente, pero nunca es una invasión-
Playa de Lapamán

Pág. 83
Caldas atravesó la calle del Príncipe, cruzó la Puerta del Sol y pasó bajo un arco que en otro tiempo había sido una de las puertas de la ciudad vieja.
Arco en Vigo (otrora puerta de la ciudad vieja)

Pág, 84
(…) y bajó por la calle Gamboa. En el número 5 estaba el Grial.
Desde fuera podría haber pasado por una taberna inglesa, con listones de madera oscura enmarcando la pequeña fachada blanca. Los marcos de la puerta y de las ventanas de cristal biselado eran de la misma madera. La entrada, cubierta por un tejadillo a dos aguas, hacía una visera sobre la acera.
Antiguo El Grial (c/ Gamboa nº 5, Vigo)

Pág. 85
Leo conocía la pieza: Embraceable you, de los hermanos Gershwin. Notas graves y ritmo pausado. Había que interpretarla con sentimiento y a Iria Ledo le sobraba.


Pág. 86
Tocaron Laura, de Charlie Parker, con la zanfoña interpretando las notas que en la melodía original interpretaba el saxofón.


El concierto  terminó con una dedicatoria de iria a Luis Reigosa: Angel Eyes.
Caldas no había olvidado el color de agua de las pupilas del muerto y pensó que Ojos de ángel era un título acertado para aquel tributo.
                    And why my angel eyes ain’t here / Oh, where is my angel eyes.



Pág. 104
El Castro era el monte desde el que Vigo descendía hacia la mar. En la cumbre había un castillo y un parque con un mirador. La panorámica de la ciudad con su ría era visita obligada para los turistas, a los que los guías contaban leyendas de combates navales y tesoros hundidos. El monte debía su nombre a un importante yacimiento arqueológico descubierto en él años atrás. En el siglo I a. C. , los celtas habían levantado un castro aprovechando que el escarpado y fragoso desnivel no hacía necesario alzar una fortificación alrededor del poblado.
El Castro (Vigo)


Vista de Vigo desde el mirador de el Castro







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