jueves, 7 de abril de 2011

BENJAMIN BLACK: "El secreto de Christine"

A MODO DE INTRODUCCIÓN
Dando un salto desde la mediterránea isla de Creta de la anterior entrada hasta la mucho más extensa y occidental isla de Irlanda, nos topamos en esta ocasión con “El secreto de Christine”, de Benjamin Black.
Benjamin Black es el seudónimo del prestigioso novelista irlandés John Banville (Wexford, 1945), autor, entre otras, de la exquisita y laureada “El mar” (Premio Booker 2005)
Por razones que se me escapan, John Banville publica esta su primera incursión en la novela negra bajo el seudónimo anteriormente señalado (espero que las razones del uso del seudónimo no estriben en distinciones entre novela "mayor" y novela "menor" pues su prosa, su escritura, la complejidad de los personajes, su elegancia, se hallan presentes en toda su obra, con independencia del género narrativo )
Seguimos la edición de Alfaguara (2007, traducción de Miguel Martínez-Lage)
BREVE SINOPSIS
Entre tabernas, humo, whisky, poderosas congregaciones religiosas y dudosas obras de caridad, el Dublín de los años 50 esconde terribles secretos. Por los pasillos de los orfanatos y tras los pasos de silenciosas monjas de centros que acogen a mujeres embarazadas de las clases más desfavorecidas de la ciudad, crece una tenebrosa red de tráfico de niños. Solo un patólogo, perdido entre sus propios sentimientos de culpa, será capaz de enfrentarse a los oscuros planes que están maquinando algunos miembros de las más poderosas familias junto a las más altas esferas de la iglesia católica. Todo va a ser cuestión de fe.

PRÓLOGO
En Dun Laoghaire estuvo caminando de una punta a otra del espigón, tan agitada que no era capaz de estarse quieta. Colocó el equipaje en el camarote y volvió al muelle a esperar, tal como le indicaron.
Dun Laoghaire (puerto)


Dun Laoghaire (espigón)

Nunca había salido del país, salvo una sola vez, cuando era pequeña y su padre se llevó a la familia a pasar el día en la isla de Man.

Isla de Man

Capítulo 1

En el cuarto del portero de noche, a un lado del doble portón de la entrada principal, sonaba una radio a bajo volumen. Es pecado decir mentiras. Los Ink Spots. Quirke cantó la melodía para sí mismo. En fin, eso era muy cierto.
"It's A Sin To Tell A Lie" (The Ink Spots)

Cuando salió a los escalones se encontró al portero con su guardapolvos marrón, fumándose un cigarrillo y contemplando un desabrido amanecer más allá de la cúpula de Four Courts.



Four Courts (Dublin)

Las cortinas calladas que formaba la lluvia de verano daban más grisura a los árboles de Merrion Square.

 
Merrion Square (Dublin)


Estatua de Oscar Wilde en Merrion Square

Quirke avivó el paso pegado a la barandilla que cercaba el verdín, como si así pudiera resguardarse, con las solapas de la chaqueta sujetas contra el cuello. Aún era temprano para que aparecieran los funcionarios que trabajaban en los alrededores, y la ancha calzada estaba desierta, sin un solo coche a la vista; de no ser por la lluvia habría sido capaz de avistar sin estorbo todo el camino hasta la iglesia de St. Stephen Pepper Canister, que vista desde esa distancia, al fondo de la amplia y deslustrada extensión de Upper Mount Street, siempre le parecía que estuviera un tanto escorada.


Iglesia de St. Stephen Pepper Canister (Dublin)

Capítulo 2
El aire verduzco de la tarde era de una suave calidez. Se encontraba en una acera ancha, bajo los árboles, terminando de fumarse un cigarrillo y mirando al otro lado de la calle, hacia la chica que esperaba en las escaleras de entrada del Hotel Shelbourne.

Hotel Shelbourne (Dublín)

Se sentaron en el vestíbulo del hotel, en sendos sillones sobredorados, y tomaron té y un plato de pequeños sándwiches y unos pastelillos que servían en un puesto de repostería en estantes sucesivos. El salón, de altos y adornados techos, estaba especialmente ruidoso.

Salón del Hotel Shelbourne

Con súbita docilidad, ella volvió al hotel. Mientras la esperaba, se colocó en la zona de la balaustrada, junto a las puertas acristaladas, y prendió otro cigarrillo. La luz del día casi había desaparecido, los árboles de Stephen's Green proyectaban sus sombras escuálidas por la calle; no faltaba ya mucho para el otoño. Admiraba la luz del crepúsculo en las fachadas de ladrillo de los edificios que daban a Hume Street cuando apareció Phoebe, que se plantó a su lado y lo tomó del brazo.

Balaustrada del Hotel Shelbourne


Atardecer en Stephen's Green


Fachadas de ladrillo en Hume Street

Doblaron por Grafton Street y llegaron a McGonagle. Quirke abrió la gran puerta, con sus paneles de cristal esmerilado, verdes y rojos, y una vaharada de cerveza y humo de tabaco les saludó a la vez que el ruido del local. A pesar de que era temprano, el sitio ya estaba lleno del todo.

Grafton Street (Dublín)

—¡Pues no! —dijo a voz en cuello—. No pienso escribir más para el teatro —adoptó una pose irónica y habló como si se dirigiera a un público numeroso—. De ahora en adelante, el Abbey Theatre va a tener que apañárselas sin los frutos de mi genio .

Abbey Theatre (Dublin)

Capítulo 4
Exactamente a la una y cincuenta y siete de la madrugada, en Crimea Street, en Stoney Batter.
 
Capítulo 5
Crimea Street era como cualquier otra de las calles de los alrededores, dos hileras de viviendas de artesanos y menestrales construidas en terrazas, con ventanas bajas, visillos de encaje y puertas estrechas. Quirke caminaba en el crepúsculo de final del verano, contando los números de las casas en silencio. Todo estaba en calma, bajo un cielo aún iluminado, cercado en el horizonte por nubes del color del cobre.
Calle de Stoney Batter (Dublín)

Capítulo 6
—Vaya —dijo—, ¿y qué te trae por aquí, desde las fortalezas de Rathgar?
—He ido a misa a Haddington Road. Voy algunos domingos para... —sonrió, se encogió de hombros e hizo una mueca, todo al mismo tiempo—. Para variar.

Haddington Road (Iglesia de Santa María)


Llegaron al puente de Baggot Street. La serrería de la orilla opuesta estaba cerrada por ser domingo, a pesar de lo cual les llegó una vaharada de tenue olor a resina. Se hallaban debajo del puente, uno junto al otro, frente al agua del canal. También los cisnes se habían detenido.

Puente de Baggot Street (Dublín)


Invitó a Mal a almorzar en Jammet. La elección, se dio perfecta cuenta, era una modesta travesura por su parte, ya que los mejores restaurantes no se hallaban entre las riquezas que Mal pudiera codiciar, e iba a sentirse incómodo entre los muchos esplendores venidos a menos en los que parecía especializado el local.

Jammet's Restaurant (Dublín)

Jammet's (interior)

En Nassau Street brillaba un pálido sol y el aire era apacible. El paladar de Quirke tuvo un recuerdo del salmón que le dio una punta de asco. Mal se estaba abotonando el abrigo.

Nassau Street (Dublin)

Se despidieron, y Quirke echó a caminar por Dawson Street camino de St. Stephen's Green, contento de que el sol le diera tenuemente en la cara. También a él le esperaba trabajo por hacer, pero se dijo que un paseo le vendría bien para aclararse las ideas.


Dawson St. (Dublin)

Al llegar al final de Dawson Street, Quirke cruzó la calle y entró por la cancela lateral en el parque. Le asaltaron los olores de las hojas, la hierba, la tierra húmeda.

St. Stephen Green


SEGUNDA PARTE
Capítulo 1
Se hizo el silencio en el despacho durante un momento largo y solemne. Desde lejos, apenas audibles, llegaban las voces de los niños que cantaban. Dulce corazón de Jesús, fuente de amor y misericordia.

                                          "Sweet Heart of Jesus, source of love and mercy"

 
Capítulo 5
Las cadenas de las que colgaba el balancín rechinaban un poco, lo cual le hizo pensar en las noches que pasara en Wilmington cuando era niño, medio tumbado en el porche, (…)
(...) Wilmington, estado de Delaware o, más bien, Delanowhere.

Wilmington (Delaware)

Porche de una casa de Wilmington

Capítulo 6.

La noche otoñal ya caía mientras Quirke caminaba por Raglan Road. Se formaban halos de neblina en torno a las farolas, y el humo descendía de las chimeneas en los altos tejados;

Raglan Road

Otoño en Raglan Road

Capítulo 7
Él había puesto todo su afán en un Porsche. Sabía exactamente qué modelo quería, un Spyder 550 cupé.
Porsche Spyder 550 cupé

Ese sábado había ido a Cambridge, a un sitio de compraventa de vehículos usados, en donde tenían un Porsche en oferta. No era un Spyder, sino un 365. Tenía muy buena pinta, abrillantado como un escarabajo negro y reluciente, aparcado en medio de una flotilla de armatostes con mucho cromado postizo, de lo mejorcito de Estados Unidos, pero le bastó pasar dos minutos con la cabeza dentro del capó para saber que no valía nada, que alguien le había arrancado el corazón a acelerón limpio, y que probablemente había sufrido un accidente de cierta consideración.

Porsche 365


Sus padres habían sido católicos, más o menos; por Pascua, su madre se abstenía de darle a la ginebra de día y lo llevaba junto con los demás chiquillos, en autobús, hasta Baltimore, a oír misa mayor en la catedral de Santa María la Reina. Había aborrecido aquellas excursiones, el aburrimiento en el Greyhound (...)

Cathedral Of Mary Our Queen (Baltimore)

Greyhound Station (Baltimore)

Capítulo 9
(...) del bolsillo del chaleco resbaló un viejo y hermoso reloj de leontina, un Elgin, con cifras romanas y manecilla adicional sobre una esfera adornada con incrustaciones.

Reloj Elgin

En Grafton Street soplaba el viento racheado con más fuerza que nunca, y los viandantes que iban de compras, aprovechando el sábado por la tarde, empezaban a apresurarse para volver a casa con la cabeza gacha.

Grafton St. (Dublin)

Capítulo 10
Pasó un coche por la calle muy despacio, sólo con los faros de cruce. Un Studebaker verde claro, parecía, con el techo blanco. ¿Quién iría conduciendo por esa calle a las cuatro de la madrugada?

Studebaker

Capítulo 12
Quirke había concertado un encuentro con Barney Boyle en el puente de Baggot Street. Echaron a andar los dos por el camino de sirga, por donde Quirke estuvo paseando con Sarah aquel domingo desde el que parecía haber pasado una eternidad. Era de mañana, y un sol insípido se empeñaba en perforar la neblina de noviembre poniéndole un poco de brillo.

Puente de Baggot St (Dublín)

Fueron al 47, en Haddington Road. A esa hora eran los únicos clientes.

Comercio en el nº 53 de Haddington Road (Dublin)

Al paso los dos, enfilaron hacia Merrion Square.

Merrion Square

Pero no había taxis. En Fitzwilliam Street se encontraron en medio de los funcionarios con bufandas y las solapas subidas que iban camino del trabajo en las dependencias del gobierno.

Fitzwilliam St


Ah, y la colilla de un cigarrillo. De la marca Balkan Sobranie, reconocí la ceniza nada más verla.


Llegaron a la esquina de Merrion Street. Desde el otro lado de la calle, el policía que guardaba la entrada al parlamento los miraba con laxa curiosidad. Estaban detenidos en medio de la multitud mañanera, los funcionarios y las mecanógrafas que acudían a sus mesas de trabajo.

Entrada al Parlamento de Dublín

Capítulo 13
La famosa Galería de Cristal de Moss Manor era capaz de albergar a trescientas personas sin que pareciera que se había llenado en demasía. El millonario irlandés que ordenó la construcción de la mansión, en la década de 1860, había entregado a su arquitecto una fotografía del Crystal Palace londinense arrancada de una revista ilustrada, y le indicó que lo copiase. El resultado fue una construcción inmensa y desgarbada, de hierro y cristal (...)

Ilustración del hoy desaparecido Crystal Palace (Londres)

Lanigan volvió a su mesa, donde le esperaba un compinche cuyo nombre Andy no recordaba, un tipo bajo y grueso, con el pelo pegado hacia atrás, que parecía igualito que Lou Costello y estaba sentado con dos chicas con pinta de ser camareras en una pizzería.

Lou Costello

Capítulo 17
Quería ir a las montañas. Todos los días, cuando salía a dar sus paseos, miraba con anhelo hacia las montañas: parecía que se encontrasen nada más pasar el puente de Leeson Street, vestidas de nieve e igual que si flotaran, como las montañas de un sueño.

Puente de Leeson St (Dublin)

TERCERA PARTE

Capítulo 1

No era que ella sintiera ningún apego, o no exactamente, según pensaba en esos momentos, volviendo sobre sus pasos por la entrada del convento, sino que tan sólo había pensado en la pequeña Christine, y recordó la rara sensación que tuvo en las entrañas al tomarla en brazos por vez primera, aquella tarde, en el muelle de Dun Laoghaire.

Muelle de Dun Laoghaire
Capítulo 2
Scituate, la localidad donde tenía Josh Crawford su mansión, se hallaba a treinta kilómetros al sur, por la costa, (…)Scituate, el municipio, es el punto al que llegaron los irlandeses empujados por la Hambruna en la década de 1840.


Scituate

Con la marea baja lo vieron en las rocas: el musgo rojo. Lo conocían, lo habían visto allí de donde llegaron, date cuenta. Era Chrondus crispus, y también de otra clase, Gigartina mamillosa. ¿Qué tal andas de latín, Quirke? Musgo de Carragheen. Rojo y oro era en aquellos tiempos. Tiene mil utilizaciones posibles, vale para todo, para hacer desde papilla hasta papel pintado, pasando por tinta de imprenta. Comenzaron a recogerlo en los faluchos, rastrillándolo con la bajamar, poniéndolo a secar en la playa, enviándolo a Boston a carretadas.

Musgo de Carragheen

 
 Llegó entonces el ferrocarril. En 1871 pasaron por aquí los primeros trenes. Se construyeron hoteles por todo el norte de Scituate, bonitas casas para pasar las vacaciones en Egypt Beach, en Cedar Point.

Egypt Beach

Cedar Point

Capítulo 3
Las olas recias, gruesas, henchidas, entraban a cámara lenta por delante del faro, sito en una roca frente a la costa, y rompían sobre la playa, dejando el aire espolvoreado de espuma blanca como el hielo. La plataforma costera formaba un pronunciado escalón en aquel punto, bajando casi en picado hacia Provincetown y, más allá, hacia la inmensa vastedad del Atlántico.

Faro de Provincetown

Provincetown





5 comentarios:

  1. El término castellano para referirse a blog es bitácora, basado en los cuadernos de bitácora que relataban el desarrollo del viaje en los antiguos barcos. El que tú propones, Ismael, me encanta: un viaje comentado e ilustrado por distintas obras literarias oportunamente seleccionadas. De esta entrada no puedo decir gran cosa, no he leído el libro, aunque sí puedo reconocer muchas de las ilustraciones que has incorporado de Dublín, espacios públicos por los que no hace mucho paseamos Ángel y yo. Sí puedo sobre dos de las anteriores, Paul Auster tiene una forma de recrear espacios y situaciones muy cinematográfica y por eso me gusta (disfruté mucho con El libro de las ilusiones o Brooklyn Follies, por ejemplo). Tokio blues, el único libro que he leído de Murakami, me pareció extraño y por eso mismo atrayente, refleja esa forma de escribir, como tú dices, tan oriental, con un tempo diferente, que puede recordar al tempo de "In the mood for love", la deliciosa película de Wong Kar-Wai. Por cierto, Tokio blues (Norwegian wood) fue adaptada al cine por el vietnamita Anh Hung Tran sin mucho éxito. Larga vida a este cuaderno de viajes imaginarios.

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  2. Muchas gracias, Juan, por tan documentados y cariñosos halagos. Y si el blog sirve para imaginar viajes, recrear los ya vividos o incitar a la lectura de determinados títulos porque resulten atrayente los espacios y canciones referidos en ellos, algo se habrá conseguido. Ya que no somos millonarios para pasarnos la vida viajando y asistiendo a musicales en Broadway (o Londres), por lo menos que los blogs suplan las carencias. Cuídate mucho.

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  3. A mí este libro me pareció como una película clásica, en blanco y negro, perfectamente filmada, con personajes bien delimitados, con la acción bien medida y dosificada, etc. Reconozco que no me emocionó como el Banville de "El mar", pero, qué duda cabe, escribe muy bien ese irlandés...

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  4. Marta, a mí también me gustó más "El mar", pero su incursión en el género negro no desmerece en absoluto. Me alegra coincidir contigo en las valoraciones.

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  5. Estupendo y original blog. Bien documentado. Además, coincidimos en muchas de las lecturas. Te incluyo en mis favoritos. Saludos

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